Este ha sido un año de mierda. Literalmente. Lo ha sido primero para los que han perdido la vida y para los que han perdido a un ser querido, sin poder despedirse y despedirlo; para los que han sobrevivido pero batallan para aprender de nuevo a respirar, con deterioro evidente, y para los profesionales y técnicos de la salud que han padecido la muerte de sus pacientes y el fantasma del contagio a diario. En segundo lugar están los que se han quedado sin pega, sin sus pequeños ingresos como vendedores ambulantes o sin sus emprendimientos de subsistencia, sin techo por no poder pagar el arriendo, sin aprender a leer o conocer a sus compañeros novatos o mechones o como se diga, según sea, sin sus prácticas profesionales, sin sus magros fondos de pensiones, sin poder operarse, sin relaciones personales, sin sueños e ilusiones.
Pero en el listado de los que peor lo han pasado están las personas grandes. Los adultos mayores. Esos que deberían estar en el centro, protegidos por una sociedad que los valora en lugar de estar aislados, sumidos en la desesperanza y la depresión.
Si bien en Chile la mortandad entre los adultos mayores no ha alcanzado las cotas ni tenido las características de países como España e Italia, donde todo el sistema de protección social para la tercera edad mostró tremendas falencias y las muertes masivas en los geriátricos dejaron un desgarro traumático durante la primera ola de la pandemia, acá casi el 85% de los muertos por COVID19 tienen más de 60 años. Pero, junto al factor edad, están las enfermedades crónicas, en especial la diabetes, la hipertensión, la obesidad.
Tener más de 60 no es necesariamente un factor de riesgo, dicen los expertos en geriatría, recalcando que no todos los adultos mayores son iguales y que en esa generalización radica parte importante del error. Leí que así como dos guaguas son iguales, dos personas de 90 años tienen 90 años de experiencia vital que los diferencian. Es un sesgo brutal y un estereotipo encasillar a la gente mayor como un grupo homogéneo, cuando no hay ningún otro más diverso.
Doy fe. Este año me he relacionado con más personas grandes que nunca, he hablado con grandes-personajes-grandes y con diversos especialistas en esta etapa de la vida para Piensa en Grandes un programa radial hecho por el Hogar de Cristo, dirigido a los mayores, comprobando la singularidad de cada uno. También he conocido de cerca —en mis ancianos padres y en mis suegros— el deterioro progresivo que ha provocado la cuarentena obligada y ciertamente discriminatoria, así como la incertidumbre frente una situación inédita y que a todos nos cuesta asimilar.
Todos —los valentes y con mayor razón los dependientes— han visto reducidos sus horizontes como si se tratara de párvulos. Y este enclaustramiento, que tiene como propósito protegerlos, los ha dañado a un punto que ni siquiera sospechamos. No sólo a los pacientes con demencias tipo Alzheimer, que han empeorado entre un 20 a un 30% síntomas psiquiátricos asociados a esta dolencia, como apatía, depresión y ansiedad, sino a todos los que tienen algún deterioro cognitivo. A esto se agrega que el 25% los adultos mayores en Chile presenta algún síntoma de depresión, lo que no está diagnosticado en más de la mitad de los casos y, por lo mismo, no se trata. Imaginar qué pasa con ellos al estar encerrados, solos, con llamadas que no suplen ni de cerca los abrazos, es tremendo. Físicamente, el estar reducido dentro de una casa impacta en la pérdida de masa muscular, cuestión que compruebo cada vez que miro a mis padres. Y eso favorece las caídas y las consecuentes fracturas.
Tomar como único criterio la edad, situando a las personas mayores como los últimos en poder salir del confinamiento, debe ser compensado con una vacunación masiva prioritaria, privilegiándolos por encima de cualquier otra consideración, así como ocuparse de todas las patologías subyacentes que han quedado sin control a causa de la pandemia y devolverles con sensatez, empatía y corresponsabilidad generacional todos los derechos que se les han vulnerado durante este año de mierda.