En la sana discusión que hemos tenido sobre la nueva Carta Fundamental que tendremos hemos apreciado el enorme interés por participar de diversas formas. Las cifras indican que a lo menos 30 mil personas ya comienzan a plasmar lo que quieren que esté presente y resguardado constitucionalmente. Curiosamente ninguna de las últimas tres Cartas fundamentales que han regido nuestro país se discutieron y elaboraron con participación ciudadana en su origen.
La Constitución de 1833 la hizo una comisión designada por el Congreso. La de 1925 fue elaborada por una comisión y luego sometida a un plebiscito, donde fue aprobada. La de 1980 fue elaborada por una comisión asesora; luego la informó el Consejo de Estado y, finalmente, la aprobó la Junta de Gobierno, para luego someterla a un plebiscito que no contó con mínimas garantías democráticas.
Sin embargo, las modificaciones de la Constitución del 33 y todas las de 1925 se hicieron en el edificio del Ex Congreso, en Santiago. Y no fueron pocas. La de 1833, con sus 91 años de vida, tuvo 12 reformas. La de 1925, con sus 48 años de vida, tuvo 10 reformas.
La de 1980 lleva 38 leyes de reformas constitucionales. Con 35 años de vida, se ha convertido en la Carta más modificada de nuestra historia constitucional.
Como Presidente del Senado, deseo firmemente que el Congreso Nacional pueda participar activamente en la elaboración de nuestra próxima Carta Fundamental. Sería trágico que una vez más no pudiera participar en la elaboración de la Carta que va a regir el país en los años venideros.
Por eso, haré todo lo posible para que la historia, nuevamente, no nos deje varados al lado del camino de elaborar una Carta Fundamental.
Porque ya estamos inmersos en un proceso constituyente, que ha comenzado por recoger las inquietudes ciudadanas. Será, sin duda, uno de los procesos más abiertos, participativos e inclusivos de la historia del país. Ya eso marca una diferencia enorme con la forma en que fueron elaboradas las anteriores constituciones.
Creo que la forma en que debemos afrontar este proceso es con la misma lógica que este Congreso Nacional aprobó la nacionalización del cobre. Es decir, con un gran consenso nacional. No podemos repetir la experiencia de 1980, en que la Constitución reflejó sólo las ideas de unos pocos. Queremos que la nueva Constitución sea producto de un gran espíritu unitario, para que todos digan que el resultado del proceso es que la Constitución es “nuestra Constitución”. Queremos un Chile más inclusivo. Queremos una Constitución más inclusiva, que refleje tanto el estado actual de la sociedad chilena como los sueños y aspiraciones de todos.
Recordemos, nuevamente, que la Carta de 1980 se hizo en un procedimiento poco pluralista, poco transparente y sin participación. Producto de esa lógica, dicho texto tiene las 38 reformas constitucionales a que me referí recién. Eso no se puede volver a repetir. Hoy vivimos otro Chile, con una ciudadanía empoderada, y si se trata de las normas que nos regirán a todos, requieren de la más amplia y profunda legitimidad. Desde luego, ninguna Carta puede aspirar a no ser cambiada, si la realidad lo justifica. Pero muchas de las 38 reformas han sido para superar el modelo que se impuso en 1980, un modelo impuesto por unos pocos.
Eso es lo que no podemos volver a repetir.
Quiero recalcar que los procesos constituyentes no deben ser enfrentados con temor. Si el país ha cambiado, si el mundo ha cambiado, ¿por qué podríamos temer el anhelo de poner al día nuestras instituciones y dotarlas de fuerza y sentido para enfrentar el futuro?
Ahora es el momento de participar y hacer llegar las opiniones. Luego vendrá el proceso en que esas propuestas se traduzcan en textos. Después vendrá el debate de esos textos. Y finalmente, la aprobación de los mismos.
La democracia implica seguir paso a paso los procedimientos destinados a reformar una Constitución.
Algunos dicen que las Constituciones deben ser instrumentos pragmáticos, no guiones sobre una sociedad justa. Sin embargo, la Carta que nos rige aprovechó de poner ciertas cosas que favorecen a los poderosos. Es imperioso equilibrar esa situación.
Sin duda, a lo largo de este proceso surgirán cosas nuevas. Habrá otras maneras de entendernos y de definir las instituciones. Pero también habrá continuidad; hay elementos que han demostrado sobrada validez y que también serán parte de la nueva Carta fundamental.
El país no se vendrá abajo. La actual Constitución ha sufrido múltiples reformas, algunas bastante trascendentales, y Chile ha continuado su marcha hacia el desarrollo y la inclusión. Un nuevo texto constitucional no pondrá aquello en jaque; al contrario, será un aliciente, porque tendrá más legitimidad y estará al día con lo que somos y con lo que queremos.
También creo que la Constitución es un cauce para que opciones políticas distintas puedan gobernar bajo un mismo techo. El legislador democrático debe ser el que desarrolle y ejecute las normas constitucionales. La Constitución debe cerrar el debate en las menores cosas posibles.
El legislador no sólo debe ir adaptando los marcos jurídicos, sino permitir que los distintos gobiernos elegidos puedan desarrollar su programa. Sólo así la Constitución puede permanecer en el tiempo y volverse una norma apreciada por todos, porque permite que todos puedan convivir bajo ella.
Hace unos días presentamos el libro que recopila en un solo texto todas las Constituciones y sus posteriores modificaciones. Tenemos el horizonte completo de nuestra vida republicana, es decir, el punto de partida para el debate que ya comenzó.
Este libro nos permite comprender cuánto de nuevo y cuánto de continuidad tienen nuestros textos constitucionales. La historia constitucional demuestra cómo nuestro país, cada cierta cantidad de años, se avoca a elaborar una nueva Constitución, porque siempre la que existe no le permite canalizar las nuevas realidades.
Finalmente, es un libro sencillo, de textos positivos. Pero creo que la aridez de un texto así, sin comentario alguno, nos permite mirar, sin anteojeras, nuestra evolución constitucional, y rescatar de ella lo valioso y lo que no debemos repetir.