He seguido con mucho interés un reciente e interesante intercambio de ideas entre el académico del Instituto de Economía de la Universidad Católica, Claudio Sapelli, y el economista y actual Director de FOSIS, Nicolás Navarrete, sobre cómo mejorar las políticas sociales en Chile.
En resumen, plantean temas como la necesidad urgente de disminuir los programas sociales que hoy han dejado de ser eficientes y eficaces y solo abultan el gasto público; el objetivo de las transferencias directas en efectivo a las personas que viven en condiciones de pobreza; la necesaria universalidad en algunas políticas y cómo focalizamos mejor las ayudas.
Para los que trabajamos diariamente en la ejecución de programas sociales y en la búsqueda incansable de mejores propuestas y servicios que, no solo alivien el dolor, sino que permitan mayor bienestar y mejores condiciones de vida sostenibles en el tiempo, este tipo de conversaciones son de todo nuestro interés y nos extraña que no sean más frecuentes dada su enorme importancia. Necesitamos para avanzar, que la superación de la pobreza sea tema ¡por favor!
Sin embargo, lo que ellos abordan tangencialmente y es desde nuestra experiencia lo fundamental a discutir, es la vivencia cotidiana de las personas que están en situación de pobreza. Es muy cierto que la pobreza hoy se manifiesta de forma diferente que hace 50, 30 y 10 años. A la escasez de alimentos, techo y abrigo, falta de trabajo, educación y salud —que persisten— se suman los altos niveles de estrés a los que están expuestas las personas por falta de servicios públicos, espacios de recreación, altos niveles de violencia, consumo de droga y narcotráfico en sus barrios segregados y estigmatizados. Si bien, redujimos la pobreza por ingresos a 6% según CASEN 2022, lo cierto es que nuestros niveles de pobreza multidimensional se mantienen cercanos al 17%.
Cuando hablamos de mejorar programas sociales, los desafíos de coordinación intersectorial, son URGENTES. Necesitamos el abordaje integral de las dimensiones de salud, educación, vivienda, trabajo, entorno y cohesión social. La pobreza no se vive partes, se sufre como una vida en alerta y emergencia permanente sin posibilidades de proyectar mejoras y aún más preocupante, con enorme fragilidad ante cualquier shock económico y social como la pérdida de trabajo o una enfermedad catastrófica.
Estas vivencias van quedando como cicatrices intergeneracionales profundas en la vida de las personas y solo alimentan la frustración, desesperanza y merman la fuerza interna de superación. Es fácil decir que se avanza dos pasos y se retrocede uno cuando nos has vivido la frustración de empezar una y otra vez.
Se dice que las personas saben lo que quieren. Muy de acuerdo, pero no nos contemos cuentos. Tenemos que avanzar en las condiciones necesarias para que puedan tomar decisiones que les permitan ejercer con libertad sus derechos sociales inalienables. Ya lo dijo Amartya Sen en la década del 80. Ese bienestar tan preciado requiere construir umbrales, rutas de desarrollo y acompañamiento para que puedas proyectar tus decisiones en el tiempo, construir propósitos de vida y trazar rutas con proyectos que se cumplan y te den esa satisfacción necesaria para seguir avanzando. En el Hogar de Cristo hablamos de construir servicios que permitan avanzar en trayectorias de inclusión con participación, acuñando la frase de
nada sobre nosotros, sin nosotros
Por último, debemos agregar a la ecuación el bien común y la convivencia social. Programas sociales que impulsen el encuentro entre pares, la solidaridad y cohesión como herramientas para el mayor bienestar, son fundamentales para sostener soluciones de superación de pobreza en el tiempo. No podemos hablar de programas sociales universales o focalizados sin hablar de la desigualdad y la segregación que abunda en nuestras ciudades y barrios. La individualidad de las soluciones, pasan por la mirada de un colectivo que se apoya. Somos seres gregarios, nos guste o no.
Espero que la discusión siga, la necesitamos.