En las últimas horas hemos observado como grandes ríos que nacen en la Cordillera de los Andes y recorren las ciudades y centros poblados de Chile central, se han desbordado dejando a cientos de personas aisladas, puentes cortados, viviendas destruidas, daños en cultivos, entre otros efectos.
Lo cierto es que estos eventos son conocidos. En un estudio publicado en 2012, analizamos 227 inundaciones desde el año 1574, determinamos que la zona central, desde Valparaíso al Biobío, presenta la más alta recurrencia de inundaciones asociadas a precipitación intensa y persistente.
El registro temporal, muestra que los eventos ocurren en ciclos, existió un aumento de inundaciones en 1978-1986, un descenso en la década de 1990, para aumentar nuevamente en la década del 2000. Pero desde el 2008, el registro de grandes desbordes en ríos andinos disminuyó abruptamente, cuya causa principal se asocia a la megasequía.
Durante los últimos años, mediante financiamiento del programa FONDECYT de ANID, hemos estudiado los procesos de inundación de la zona central con un enfoque integral. Particularmente en el río Maule, desde 1960 al 2010 registramos 31 eventos de inundación, de ellas 6 corresponden a grandes inundaciones como las ocurridas en los años 1975, 1992 y 2000, que muy bien recuerdan los agricultores y los habitantes de San Javier y Constitución.
En el caso del Maule, el 50% de las inundaciones se encuentran fuertemente vinculadas a las condiciones del fenómeno de El Niño que aumenta las precipitaciones en invierno. Además, en la mayor parte de los casos ha sido relevante la mayor altitud de la isoterma cero, que separa la zona donde las precipita en forma líquida o sólida (nieve).
Hoy nos podemos preguntar ¿son comparables los eventos de inundación de los últimos días a los ocurridos hace 17 años?
En términos climáticos se deberá realizar un análisis más profundo para responder la interrogante. Pero los factores de ocupación y uso o coberturas del suelo han sufrido profundas transformaciones en esos años. En el caso del río Maule, la megasequía aceleró el crecimiento de árboles y arbustos al interior del cauce. Por ejemplo, en la inundación de 1997, la vegetación alcanzaba las 1.200 hectáreas, cifra que había aumentado a 2.250 hectáreas al año 2018.
Una abundante presencia de árboles disminuye la velocidad del flujo, aumentando las zonas que son afectadas por las inundaciones en la zona aledaña al río. Sumado a ello, las extracciones de áridos han proliferado, modificando los cursos de agua. Por tanto, contamos con otros factores que dificultan comparar la extensión de las zonas inundadas con años anteriores.
En el ámbito social, desde el año 2008 la sequía provocó un cambio en nuestra percepción del riesgo, nos olvidamos de las grandes inundaciones. El Boom de las parcelaciones incentivó la construcción de viviendas en los espacios fluviales, sumado a ello, desde los años 2019-2020, se han incrementado el número de viviendas vulnerables en áreas de inundación; ambos casos representan un problema cuando los ríos recuperan su espacio.
La nueva población residente posee una percepción del riesgo poco acorde al espacio que habitan, pues la memoria de eventos pasados no existe o es débil, lo que dificulta los procesos de evacuación o incluso puede afectar la adopción de medidas para disminuir el riesgo.
El problema se incrementa en áreas rurales donde la planificación del territorio es deficiente o inexistente, quedando relegada a los planes de emergencia comunales.
En efecto, las zonificaciones que regulan áreas con riesgo de inundación aplican a sectores urbanos mediante los Planes Reguladores, pese a ello, aún existen problemas de subestimación de las zonas de inundación o derechamente el peligro de inundación no es incorporado adecuadamente en los instrumentos.