Carolina Gonzalez, Hogar de Cristo

¿Puede doler un libro? Puede, claro que sí, y mucho. Pero ese doler puede ser también profundamente movilizador si nos hace ver lo que muchas veces preferimos esquivar, eludir, no afrontar. Y nos hace tomar conciencia y ojalá actuar en consecuencia.

 “Reportaje a las urgencias” es justamente eso: una selección de contenidos —entrevistas, reportajes, columnas de la periodista y escritora Ximena Torres Cautivo— sobre pobreza y necesidad que duele, porque se trata quizás de la realidad que más nos cuenta afrontar. 
    
Dos relatos me han impactado profundamente y sinceramente me han dolido. Uno se originó en la vida en la calle y el otro en la pobreza rural, que a menudo queda tan oculta. Milton y Floridema personifican estas historias. Quienes a pesar de vivir en realidades diferentes, comparten un destino común y frecuente: la pobreza les arrebató la vida. 

  • Milton, un migrante colombiano en situación de calle y sin una pierna, perdió la vida como resultado de una golpiza injustificada por un grupo de ex marinos borrachos en Iquique.
  • Floridema, en cambio, vivía en Ancud, en Chiloé. Sin ingresos y también sin una pierna a causa de su búsqueda de ingresos, dependía de una pensión básica y de la pensión de invalidez de su hija, Yanett, una mujer de 48 años, que es sorda y tiene discapacidad intelectual.
  • Tras la muerte de Floridema este año, Yanett quedó sin su única cuidadora, amiga y mamá.
Una realidad que ilustra otra faceta de la vulnerabilidad social en Chile, donde el 72% de quienes cuidan a personas postradas, discapacitadas o dependientes son mujeres mayores, sin ayuda o compañía. 

En Chile, 200 mil adultos mayores viven bajo la línea de la pobreza, como Floridema. Al mismo tiempo, alrededor de 40 mil personas, en circunstancias parecidas a las de Miltón, se ven obligadas a vivir en las calles del país. Es llamativo que la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN), que desempeña un papel fundamental en la formulación y evaluación de políticas públicas, no incluya a estas personas en sus registros. Los expertos dicen que para las personas en calle hay herramientas específicas, pero se hacen muy a lo lejos y lo le toman el pulso a una realidad en ascenso. No hay que ser un gran observador para darse cuenta de cómo se ha incrementado el número de hombres y mujeres viviendo a la intemperie. Y cómo, por lo mismo, ha cambiado su perfil. 

¿Duele leer este libro? Sí, claro que sí, y mucho. Son 180 páginas que le dan nombre, rostro e historia a los más excluidos de nuestro país. Por eso invito a las autoridades, empresarios y figuras del ámbito social a tomarse el tiempo y leer sus historias. No es solo un llamado a la empatía o a la solidaridad, esos son conceptos que ya se han explorado y, a menudo, vaciado de significado. Es, en cambio, una campanada de alerta y una invitación a reconocer la complejidad de nuestra sociedad y a cuestionar las narrativas simplistas que a menudo dominan el discurso público.