Bolivianos en Arica, colombianos en Antofagasta, peruanos en Santiago, haitianos en Quilicura, son solo algunas de las comunas del país marcadas por la presencia de importantes grupos de inmigrantes. En Chile vive más de medio millón de extranjeros y la tendencia va en alza, lo que se ve reflejado en una participación laboral cada vez más activa de foráneos y en una población que poco a poco se mezcla y cambia, modificando también el uso de los espacios comunitarios.
La cantidad de extranjeros en Chile es porcentualmente baja en relación a la realidad de otros países, pero es un fenómeno que ha llegado para quedarse y que obliga a las comunidades a adecuarse a nuevas culturas, costumbres y formas de vivir, no siempre exentas de problemas y con resultados tan disímiles como las nacionalidades de los nuevos vecinos.Según el Informe La Migración en Chile: Breve Reporte y caracterización del Observatorio Iberoamericano sobre Movilidad Humana, Migraciones y Desarrollo del 2016, en Chile el 2014 había cerca de 411 mil migrantes residiendo de forma permanente, lo que corresponde al 2,3% de la población nacional, quienes se concentran principalmente en la Región Metropolitana (61,5%) y con una importante presencia en Antofagasta, que tiene la mayor proporción de inmigrantes en el norte del país, la cual ha duplicado su porcentaje a nivel regional.
Estos datos son relevantes, considerando el evidente impacto que los inmigrantes generan en el lugar en donde llegan a vivir. “La territorialidad o la construcción social o humana del territorio no está exenta de discrepancias o antagonismos, lo que debe considerarse al momento de organizar el uso del territorio”, señala el secretario de estudios de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Christian Quinteros Flores, en su artículo “Territorialidad y usos comunitarios del espacio local: Consideraciones claves para el desarrollo”, publicado recientemente en el Volumen 3 de la revista Documentos (2016) de la Universidad Francisco Xavier de Chuquisaca de Bolivia.
Por lo mismo, el profesor Quinteros indica que el tema de la territorialidad es muy relevante de tomar en cuenta, y todo analista, planificador o gestionador del territorio local debe tenerlo presente. “Los usos del espacio que se generan en las comunidades resultan cada vez más conflictuados y con multiplicidad de actores, y requieren urgentemente de diálogos y de relaciones colaborativas”, plantea el especialista.
Efectos de la globalización
Considerando que las relaciones que se producen entre los individuos, grupos o comunidades van asociadas a un determinado ejercicio de poder, es importante considerar los nuevos escenarios sociales que se producen a raíz de procesos modernos como la globalización. “Esto genera, por una parte, una creciente tecnologización de la convivencia social y, por otra, la creciente urbanización de los espacios locales, que produce fragmentación social y/o confusión identitaria”, advierte.
Así, muchas veces no es fácil la convivencia con grupos que tienen diferentes culturas y costumbres. “Cualquiera sea la orientación y la naturaleza de la definición de globalización que se utilice, todas ellas superan, minimizan y eliminan sistemáticamente la diferencia entre lo propio y lo extraño. Esto indudablemente puede generar múltiples tensiones en la convivencia comunitaria, más aún si consideramos los crecientes cambios demográficos y/o migratorios: las personas parecieran vivir un mundo común y estandarizado, pero deben atender simultáneamente a sus particularidades locales o incluso nacionales”, agrega Quinteros.
Según el planteamiento del académico de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, no da lo mismo vivir en un lugar u otro, ya que no sólo son importantes aspectos como la disposición de las viviendas, planos de parques y ciudades, formas urbanas y seriales, entre otros elementos urbanísticos que ayudan a la ubicación y a la identidad con el lugar. “El acceso de la población a servicios y bienes influye en el grado de cohesión de los vecinos y en el logro de niveles aceptables de calidad de vida”, afirma.
Pero hay un factor social que también es clave. “Es importante la sociabilidad en una comunidad y el establecimiento de relaciones colaborativas que ayuden a compartir un espacio y sus múltiples expresiones”, precisa.
Entonces cabe la pregunta: ¿Estamos los chilenos preparados para sumir los nuevos desafíos que nos trae el fenómeno de la inmigración?
Según el secretario de estudio de la Escuela de Trabajo Social de la U. del Pacifico, “nuestro país tiene una larga tradición en fronteras abiertas, ya que su conformación nacional contó históricamente con los aportes de población inmigrante, por lo que no deberían existir resistencias socioculturales a estos nuevos procesos”.
Sin embargo, el académico plantea que el estado chileno debe agilizar y robustecer su legislación en la materia. “Se debe abordar racionalmente el alto ingreso de población inmigrante que hoy registra Chile y hacerse cargo de problemáticas asociadas tales como salud pública, acceso a los servicios sociales, a beneficios educacionales y de acceso, por qué no, de los inmigrantes a cargos de representación comunitaria y/o vecinal, asociados a asuntos propios de las problemáticas de gobernanza, ya que en materia de desarrollo social todos los aportes son importantes, pues aumentan el capital simbólico y cultural del país y los vecinos extranjeros tienen mucho que aportar”, concluye Christian Quinteros.