A sus 76 años y gracias al apoyo que recibe del Programa de Atención Domiciliaria para Adultos Mayores (PADAM) de Hogar de Cristo, Beatriz Minai se ha propuesto terminar sus estudios que solo llegaron hasta tercero básico. “Desde los cuatro hasta los 12 años, me crié en hospitales”, cuenta. Su historia está marcada por la enfermedad y la resiliencia.

En octubre, Beatriz Minai Olivares cumplirá 15 años viviendo en el campamento Manuel Bustos de Viña del Mar, el más grande del país. Y en medio de sus empinadas y polvorientas calles, cuesta imaginarla desplazándose de un lado para otro debido a las enormes dificultades que le acarrea caminar. Ella ahora usa silla de ruedas y bastones.

“Me vine a vivir con mi hermano mayor, que ya murió, porque él trabajaba y acá la casa pasaba sola. Primero, venía dos veces a la semana y, después, me quedé, puse un letrero de costuras para ganar unos pesitos”, cuenta el mismo día del lanzamiento del programa con el ministro de Desarrollo Social, Giorgio Jackson a la cabeza, más la alcaldesa de Viña del Mar, Macarena Ripamonti, y varias autoridades locales.

Beatriz estaba nerviosa ante tanta visita importante. Acompañada de Maribel Miranda, la monitora social del PADAM Hogar de Cristo que martes y viernes la acompaña y la apoya en todo lo que necesite, se siente más tranquila y habla del desafío que se impuso: completar sus estudios que solo llegaron hasta tercero básico.

“Desde los cuatro hasta los doce años, me crié en hospitales. Solo cuando el médico me daba permiso yo podía ir al colegio. Desde niña caminaba con las rodillas chuecas. Me costaba mucho llegar a la escuela 15 que estaba ubicada en calle Arlegui.

Nosotros vivíamos en Los Limonares y la micro me dejaba en 1 Norte y de ahí tenía que caminar hasta Arlegui. Llegaba con las piernas sangrando”.

Un buen día, Maribel Miranda le llevó el silabario El Ojo, que si bien no es el original “es el que más se asemeja”, explica la monitora que está haciendo gestiones para que Beatriz pueda dar exámenes libres.

“Para ella es un desafío estudiar, porque antes pasaba mucho tiempo sola sin poder salir debido al problema de movilidad que tiene”.

Todos los viernes, van juntas a la sede del adulto mayor de la junta de vecinos Villa La Pradera que lidera María Tapia, una gran amiga de Beatriz.

Se negó a abortar

La mamá biológica de Beatriz murió cuando ella tenía tres años. “Ella está sepultada en Argentina, porque vivíamos allá”, explica. Su padre volvió a Chile con tres hijos. Nunca quisieron operar a Beatriz en el país trasandino. Al parecer, ella nació con displasia de cadera que nunca fue tratada.

“Yo andaba igual que los patitos”.

A los 11 años, la operaron en el antiguo hospital Deformes. Dos veces. Y la desahuciaron. Le dijeron a su padre que ella nunca podría caminar.

“Mi papá se volvió a casar y mi madrastra fue una mujer muy buena, excelente. Yo le dije a mi papá que era analfabeto y devoto de la virgen de Lo Vásquez, que yo sí iba a caminar. A escondidas me puse a practicar para ponerme en pie, cada día me ponía en pie con ayuda de un piso. Cuando veía que mi papá llegaba, me sentaba en la cama. Un día domingo les di la sorpresa a los tres: muevo el piso y me pongo a caminar. Se pusieron todos a llorar”.

Beatriz le pidió a su padre que le hiciera unos bastones en la fábrica Metalmar en la que él trabajaba.

“Los maestros me hicieron esos bastones y con eso pude empezar a vivir”.

Pero se apresuró demasiado. A los 15 años quedó embarazada de un hombre 10 años mayor que era de la Armada y, pese a que él se quería casar, ella lo rechazó.

“Era tomador y mujeriego, ¿qué vida me iba a dar? Los médicos me dijeron que debía abortar, que mi cuerpo no resistiría el embarazo, pero también me negué. Si Dios me ha enviado una hija, por algo será”.

Beatriz trabajó para sostener a su hija, siempre como nana y en casas de dos pisos. “Era como una maldición tener que subir escaleras”, agrega. Efectivamente, hoy su hija de 60 años, es su principal apoyo. Le ha dado un nieto y un bisnieto que son su mayor alegría.

“Hace dos años, ellos se endeudaron para construirme esta casita. Antes vivía en una mediagua que se llovía entera y se llenó de termitas. Me pregunto ¿qué sería de mí si hubiera abortado? Mi padre y mi hermano mayor murieron, mi madrastra también”.

Salir a pasear al pavimento

Recuerda perfectamente, cuando el Hogar de Cristo tocó su puerta para ofrecerle ser parte del PADAM en el campamento Manuel Bustos. Hoy son 30 los adultos mayores postrados o con dependencia moderada a severa, los que están siendo visitados por el equipo completo que incluye a seis monitores.

“Cuando vinieron del Hogar de Cristo, me alegré harto. Maribel me encantó, ella me contó todo cómo era. Estuve feliz de incorporarme, porque si bien mi hija viene a verme, ella tiene que trabajar y no puede cuidarme todo el tiempo. Hace cinco años tuve cáncer y por eso mi salud se ha debilitado más aún”.

Su hija admite que su madre ha tenido además un poco de depresión.

“Por eso agradezco mucho este apoyo para ella y para mí. No es bueno que pase sola. Los fines de semana yo siempre me vengo a quedar con ella, pero en la semana, no puedo”.

Gracias al apoyo del PADAM que recibe, Beatriz sueña ahora con salir al centro de Viña del Mar. “Echo de menos el pavimento, ¿no ves que acá ninguna calle está pavimentada?”, afirma despidiéndose con una sonrisa.