El juicio de la economista Karinna Soto, quien estuvo a cargo del programa Vivienda Primero en el Ministerio de Desarrollo Social, desde su implementación hace ya cuatro años, es certero.
Aunque a todo el mundo le resultara contra intuitivo que fuera más económico para el Estado entregar una casa sin condiciones a personas mayores con larga experiencia de vida en calle, antes que habilitar albergues masivos para que no murieran a la intemperie en invierno, la experiencia en estos años confirma que Vivienda Primero es más barato y —sin duda— mucho más valioso.
Desde abril de 2019 hasta julio de 2023, 537 hombres y mujeres han podido dejar la calle y recuperar la dignidad que otorga tener un lugar seguro donde vivir. Desde allí se han podido revincular con su familia; han recuperado hábitos perdidos, como ir a sus controles médicos, comer tres veces al día, volver a trabajar.
Treinta y ocho de ellos han muerto, lo que es natural dada la edad avanzada de muchos de ellos y el alto nivel de deterioro que acarreaban. Pero la muerte los encontró acompañados, atendidos, cogidos de la mano de alguna persona significativa, en una cama caliente, bajo un techo protector. Reconciliados con su pasado y, sobre todo con dignidad, porque como canta Fito Páez en “La Ciudad Liberada”, nadie merece morir en la calle.
Las proyecciones del costo anual que representa para el Estado un adulto mayor con largo historial de vida en calle son 20 mil dólares anuales per cápita, mientras Vivienda Primero cuesta poco menos de 10 mil al año por persona. Estas cuentas, hechas en 2019, han demostrado ser correctas y tienen el aval de experiencias similares igualmente costo-efectivas en numerosos países, partiendo por Estados Unidos, donde nació Vivienda Primero como Housing First en la década del 90.
Sin embargo y pese al aumento significativo de las personas en situación de calle (en mayo la cifra oficial entregada por el Ministerio de Desarrollo Social pasó de 19 mil a 40 mil), los presupuestos destinados a esta realidad no crecen.
Este 2023, el de Vivienda Primero es de 28 mil millones de pesos. No se recortó, como sí se hizo con Noche Digna, dispositivo de emergencia, pero no se reajustó de acuerdo al alza del costo de la vida, al IPC, que impacta fuertemente en el precio de los arriendos.
En Hogar de Cristo, el déficit para 2022 en relación a Vivienda Primero alcanzó los 36 millones y en lo que va corrido de este año acumula 90 millones. El gap proyectado al término de los convenios —en 2024— es de más de 200 millones, lo que hace inviable su sostenibilidad si es que no se aumenta el aporte estatal en consonancia con lo que cuesta.
Ahora mismo, en Hogar de Cristo, estamos en una campaña de recolección de recursos para salvar la brecha que nos provoca Vivienda Primero.
El mensaje es “Todo empieza por casa”
De las 537 participantes de Vivienda Primero, 118 están bajo nuestra administración (los demás están gestionados por otras siete fundaciones, que viven sus propias pellejerías). Nuestros participantes están en 60 viviendas, en las regiones Metropolitana, de Valparaíso y Los Lagos.
Nosotros nos debemos a ellos y a sus exitosos procesos de superación. Pero están en riesgo si la glosa presupuestaria para el programa no se reajusta. Se requiere además que el Ministerio de Vivienda y Urbanismo se comprometa con la política nacional para la superación de la situación de calle y amplíe a esta población el Programa Subsidio al Arriendo.
Cuando sabemos de adjudicaciones estatales millonarias en lapsos mínimos de tiempo a noveles organizaciones que ofrecen programas socioculturales de dudosa utilidad, es cuando más nos duele que una iniciativa social tan exitosa como Vivienda
Primero, que efectivamente saca a las personas de la expresión más dura de la pobreza —la situación de calle— no sea respaldada en función de sus logros.
Aquí habría que invertir, no congelar las platas.
Quienes hemos visto día a día los beneficios de este revolucionario programa social no podemos permitir la inhumanidad de volver a poner en la calle al que con un esfuerzo titánico, logró dejarla.