Marie-José Fleury, siquiatra canadiense, experta en políticas sociales, afirma que las personas en situación de calle enfrentan problemas múltiples y requieren servicios diversos: alimentación, alojamiento, vestimenta, cuidados médicos, tratamientos para trastornos mentales o de consumo de alcohol y otras drogas. Y sostiene que como no existe una única organización capaz de lidiar con todos esos frentes, estas personas a menudo “caen por las grietas” del sistema.
Eso, en un país harto más desarrollado que el nuestro.
En Chile, hay entre 16.500 y 20.000 personas viviendo a la intemperie y no es exagerado decir que en su mayoría han caído por las grietas de un sistema que funciona con servicios fragmentados, que no se comunican entre sí, ni se centran en las personas. Esas que se arrebujan debajo de cartones en los rincones de la ciudad, mientras el resto los mira como si formaran parte del paisaje urbano. Dicho de otro modo, una de las expresiones más severas de la pobreza y de la exclusión social es concebida como algo normal por la mayoría. Pero, tras su aparente cotidianeidad, se esconde una auténtica emergencia social, que la pandemia ha extremado, tal como ha hecho con la pobreza.
Esta semana Hogar de Cristo presenta un Modelo Integrado de Servicios para la Inclusión de las Personas en Situación de Calle, el que aspiramos se convierta en política pública. Una política capaz de ofrecer servicios integrados y de calidad, tanto para la emergencia como en las intervenciones promocionales. Hoy la atención está centrada en la oferta —de albergues, frazadas, café y sopa— lo que proponemos es enfocarnos en las personas y en sus trayectorias de exclusión.
Como grupo y en términos gruesos, estas más de 16.500 personas son en su mayoría, hombres (84,3%), su edad promedio es 46 años, el 95,6% vive solo y el promedio de permanencia en la calle es de 6,9 años. En la mayoría de los casos, la causa de su situación se explica en una acumulación de problemas, que se refuerzan unos con otros hasta alcanzar un punto de inflexión. No es trivial, que en el 63,6% de los casos, los conflictos con la familia sean el gatillante que explica la vida en la calle.
También es habitual que sea consecuencia de una acumulación de adversidades en la infancia, adolescencia y/o adultez temprana. Un cuarto de las personas que vive en calle pasó en algún momento por el Sename, otras tantas han estado en recintos carcelarios y muchos en instituciones psiquiátricas.
Conocer las historias de las personas y sus necesidades de primera fuente otorga precisión y eficiencia al diseño de políticas públicas y programas sociales para ofrecer servicios que vayan más allá de la simple asistencia y logren la superación de la vida en calle. No podemos seguir viendo cómo hermanos nuestros caen por las grietas del sistema y no hacer nada.