Una reciente entrevista al doctor Fernando Mönckeberg demuestra cómo en Chile se han podido superar obstáculos cuando se impulsan con convicción, investigación y evidencia. En los años en que a él le tocó trabajar los niños más vulnerables morían por desnutrición o sobrevivían con taras intelectuales severas. Por eso la necesidad de insistir con la investigación multidimensional de las consecuencias de nacer y crecer en pobreza, considerando sobre todo la primera infancia, donde una adecuada nutrición, estimulación, protección, cuidado y seguridad, son elementos claves un desarrollo pleno.
Hogar de Cristo y otras cuatro organizaciones lo plantean en la investigación “Nacer y Crecer en Pobreza y Vulnerabilidad”. Las carencias en educación, salud, seguridad social, vivienda y entorno, redes, cohesión social, tienen también consecuencias nefastas sobre la infancia y la vida futura de esos niños. Y para evitarlas se proponen soluciones a nivel normativo y de políticas públicas orientadas a garantizar un piso de protección para niños y jóvenes.
La investigación habla de una primera ventana de oportunidad, que no se puede desperdiciar. Se refiere a los primeros mil días de vida, etapa clave que se inicia en el útero materno y alcanza a los tres años. Ahí es donde más se puede igualar la cancha de las oportunidades, porque, como en ningún otro momento de la vida, el cerebro está tan abierto al aprendizaje, a la formación de hábitos, a la construcción de estabilidad y equilibrio. Pero así como es una esponja que absorbe lo positivo, también está expuesto a las múltiples barreras, adversidades y discriminaciones que limitan el desarrollo pleno e integral para alcanzar el máximo de sus potencialidades. La pobreza y la vulnerabilidad infantiles son una grave transgresión a los derechos humanos establecidos en la Convención sobre los Derechos del Niño y tienen consecuencias multidimensionales y acumulativas. Los niños que crecen en pobreza, expuestos a entornos violentos o contaminados, desarrollan enfermedades infecciosas, crónicas, y mentales, y tienen menor probabilidad de terminar su educación formal. En consecuencia, es altamente probable que sean adultos pobres y vulnerables.
El piso de protección social que propone el estudio debe garantizar ingresos mínimos y acceso a servicios sociales integrales y de calidad que permitan enfrentar riesgos, erradicar la pobreza y disminuir las desigualdades que diariamente privan a miles de niños y adolescentes de sus derechos básicos con nuevas y mejores políticas sociales orientadas a garantizar una vida satisfactoria y buena, según el ciclo evolutivo de las personas.
Es el momento de dar prioridad a niños y adolescentes. Es de esa nueva “nutrición” de la infancia vulnerable de la que debemos ocuparnos hoy, apostando por este piso de protección social para la infancia, que asegura todo el alimento que un niño requiere en esos cruciales primeros mil días de vida.