A raíz de las crisis de todo tipo generadas por la 'pandemia', el Estado de Chile entregó subsidios y transferencias directas como no se tenía recuerdo.
Eso permitió compensar la caída de los ingresos autónomos de las personas —los que surgen del trabajo de cada uno— especialmente en los sectores de menores ingresos.
En el primer decil, el segmento más pobre del país, el ingreso autónomo es de 95 mil pesos. Eso gana una persona en promedio mensual, versus el ingreso promedio autónomo del país que es de un millón 200 mil pesos.
O sea, ese grupo realmente lo está pasando muy mal. Otro dato elocuente es que en este segmento poblacional, en 2022, los ingresos autónomos representaron el 37% y los subsidios el 63%, mientras que el 2017 los ingresos autónomos fueron 63% y los subsidios 37%. Es decir, exactamente la proporción inversa.
¿Qué es mejor para reducir efectivamente la pobreza? ¿La primera o la segunda proporción?
La respuesta parece de cajón, porque la economía chilena no es capaz de resistir estos niveles de subvenciones y apoyos. Es imposible sostenerlos en el tiempo. Son esfuerzos correctos para tiempos de crisis, pero no la acción permanente y generalizada que nos permitirá ir reduciendo sostenidamente la pobreza.
Siempre serán necesarios una base de transferencias directas (y crecientes en la medida que la economía lo permita), pero que se complementen con políticas sociales focalizadas especialmente para las poblaciones que requieren esfuerzos adicionales. Cualquier política social focalizada requiere identificar las distintas poblaciones más vulnerables para entregar las soluciones que requieren. Para eso, la encuesta CASEN entrega información valiosa. Nos indica, por ejemplo, que el 11% de todos los niños está en condiciones de pobreza. Todos sabemos las consecuencias traumáticas que tiene nacer y crecer en pobreza, cómo afecta el futuro, limita el desarrollo y atenta contra la igualdad de oportunidades.
Por eso, la infancia debe ser una de nuestras principales preocupaciones como país.
Por ahora, la noticia buena es que la pobreza medida por ingresos y de manera multidimensional bajó, y la mala es que los subsidios que lograron este efecto no son sostenibles en el tiempo con la fuerza que los experimentamos en estos tiempos recientes.
¿Conclusión? Se requiere apoyo focalizado para los grupos más críticos, mantener un cierto nivel de ayudas y subsidios.
Pero lo más necesario es, sin duda, impulsar la generación de empleo decente, de calidad, que permita aumentar los ingresos autónomos de las personas.
Sólo así podremos superar y disminuir realmente la pobreza en Chile.