Pasan los días y el temor frente al coronavirus aumenta. Las drásticas medidas tomadas en distintos países y el aumento en el número de contagiados configuran un panorama donde la reacción de la gente se vuelve impredecible. Alfredo Sherrington, jefe de carrera de Psicología vespertino en Universidad Santo Tomás sede Viña del Mar, esboza algunas explicaciones frente a las distintas respuestas de las personas ante la amenaza.
El académico Alfredo Sherrington señala que la racionalidad pasa a último plano cuando la gente piensa que está en riesgo su vida. “Cuando hay poca información, la gente cree cualquier cosa que le haga sentido emocionalmente”, sostiene.
“Cualquier amenaza estimula automáticamente dos zonas, que tienen que ver con la supervivencia y ataque. ‘O arranco o me defiendo’ son las dos formas de mantenerse vivo frente a situaciones amenazantes. Y si en el caso del coronavirus todos los días te van dando el número de muertos y contagiados, lo que entiende la mayoría es que hay una amenaza real”, comienza.
Frente a esa amenaza, la primera reacción es simple: intentar disminuir el riesgo de morir. “Si todos se enferman, quiero tener comida, así que voy a comprar por si acaso y me abastezco para la cuarentena”, ejemplifica el académico, agregando que “la gente compra pensando que se van a agotar las cosas si todos hacen lo mismo, entonces al final voy al supermercado porque van todos los demás. La idea de fondo es que si el otro va a sobrevivir, porqué yo no. Cuando me dicen ‘la gente está comprando’, lo que me dicen en el fondo es ‘los otros van a sobrevivir’”.
Esa reacción más primaria, explica Sherrington, deja la solidaridad y el bien común en un segundo plano: “esta idea de sobrevivir está neurológicamente ubicada en zonas más instintivas y que promueven el beneficio individual. Una zona un poco superior es la emocional que promueve la colaboración. Hay distintos niveles, pero el nivel que queda más disminuido tiene que ver con el lóbulo prefrontal con las funciones ejecutivas que te llevan a pensar en forma racional, objetiva, en organizarte y colaborar. Ese nivel se anula, queda solo en teoría”.
Otra forma de enfrentar el tema es, en lugar de caer presa del pánico, restarle importancia a la pandemia. “Ahí aparecen los que dicen que esto es una confabulación, una mentira, una manipulación. Pero eso también es una forma de negar la enfermedad, tal como lo es comprar cientos de mascarillas o alcohol-gel. En los dos casos la idea es que el organismo tenga la sensación de que uno controla la situación. La incertidumbre te puede llevar a los extremos y cuando hay poca información, como es este caso, la incertidumbre permite que la gente crea cualquier cosa que le haga sentido emocionalmente”.
¿Cómo manejar la crisis? Sherrington sostiene que “la idea es tener un discurso de instrucciones claras y precisas de un organismo que tenga un alto nivel de confiabilidad. Que alguien te diga ‘Chilenos, estos son los 10 pasos a seguir según la Organización Mundial de la Salud’. El problema es que como país ya estábamos en una situación tan compleja, con tantos estamentos cuestionados, que la pregunta final es a cuál organismo le podemos creer”. “Es complicado cuando no hay referentes oficiales creíbles. Si la gente no cree en la autoridad, lo que queda es buscar líderes más cercanos, que quizás no son expertos en la materia, pero al menos transmiten lo que dice un experto. Volvemos a lo emocional y lo racional. Si emocionalmente no creo algo, racionalmente no me va a importar si es correcto o no. En Chile nos cuesta separar la persona del discurso”, continúa.
Junto a la respuesta de la sociedad en su conjunto, el académico de Santo Tomás Viña del Mar analiza también la reacción que se debería generar al interior del grupo familiar. “A nivel de conversación familiar ya deberíamos estar coordinando espacios para que alguien pueda hacer cuarentena. Creer que no va a pasar es un error. Bueno, y si no pasa, mejor. Pero la actitud debe ser asumir que podemos tener un contagiado cerca y no negar esa opción. Tenemos que tomar medidas, evitar aglomeraciones, cambiar la forma de saludarnos, aunque son cosas culturales muy arraigadas y los chilenos no somos muy obedientes. Si lo piensas, acá los cambios se generan cuando hay un muerto. Piensa en las leyes que tienen nombre de personas, la Ley Zamudio, la Ley Emilia, la Ley Ricarte Soto… todos sabíamos lo que pasaba, pero faltaba algo que nos remeciera. Acá nos cuesta tomar medidas preventivas, solamente nos conformamos con las correctivas”, concluye.